Joan Zamora desde Naucher nos aporta una reflexión sobre el proyecto del Hermitage en Barcelona.
El waterfront de Barcelona, diseñado e implementado con ocasión de los Juegos de 1992, fue fruto de una sintonía de diferentes administraciones, en una mezcla aparentemente caótica de polos de actividad que desembocaron en un final afortunado. Hubo complejidad y milagro: copias arquitectónicas de soluciones formales de un despacho de Chicago (readaptadas a la costa barcelonesa), arrinconamiento de profesionales cercanos al franquismo –casi inexplicable, pues pululaban aún por las instituciones de la ciudad; elección taumatúrgica de un puñado de gestores que desempeñaron su labor profesionalmente en un proyecto de alcance espacial, simbólico y urbanístico, muy grande. Etcétera. Una enormidad de coincidencias estratégicas y económicas que salió bien, o razonablemente bien. Todos nos felicitamos por ello.